Hace no tantos años, entre el audio general (“lo que se encucha en las radios, en la calle, las bandas de sonido de los bares, etc”) y presencias disruptivas como Psychic TV, o Reynols, o cierto noise más extremo, estaba lejos de existir un abismo tan abismo como el que existe hoy mismo. La distancia era muy grande, pero jamás tan imposible. El audio de una época refiere siempre a cómo se vive, se piensa, se actúa. Leo por ahí voces varias que insisten en que es el mainstream el que está cooptado, pero que las minorías sonoras prosiguen sus caminos con más o menos buena salud. Disiento, claro. Lo que puedo consumir de las minorías sonoras, que no es poco, vive en un estado de catacumbas: debajo del suelo, debajo de lo perceptible. No deja de ser sexy, sin tener absolutamente nada de auspicioso.